miércoles, 30 de septiembre de 2009

Antichrist

Sin lugar a dudas, la última película de Lars von Trier me ha hecho recuperar la fe en las películas de 100 minutos (...y sentado en una butaca de un viejo cine). Sobretodo después de tanto empacho te televisión seriada de lujo.



Es una experiencia dura, a la par que reveladora e insólita. Y, como no podía ser de otra manera, al amigo von Trier le ha llovido de todo: que si sádico, que si misógino, que si loco de remate, que si provocador vacío... ¡Pero se cuánto se equivocan!

Para su director, "Antichrist" fue pura terapia. Y solo a quien le apetezca darse un viaje "por el lado más salvaje" de sí mismo podrá sacarle provecho. Para muestra unas impresionantes palabras de mi buena –y siempre brillante– amiga Laia Ordóñez (atención, espoilers):

Seguro que a Lars Von Trier le acaban acusando de machista por la peli. Me parece interesantísimo que el personaje femenino acabe enfrentándose al horror que lleva dentro, mejor dicho, al horror que ella misma encarna, constituye, por el hecho de ser mujer. En cuanto su marido le pregunta "¿qué es lo que más temes?", inmediatamente, pero inmediatamente, pensé: "a sí misma". Lo que más teme es volverse loca o, mejor dicho, descubrir que en realidad está loca de remate y que todo lo demás ha sido una simple compostura cultural. Iba viendo que la peli se iba por la tangente, que la tía empezaba a decir, "el bosque", tal... y pensé... bueno, veamos por dónde va; porque el bosque es la naturaleza, pero a lo mejor a Lars Von Trier le da por ponerse videoclipero y nos hace aquí un simbolismo incomprensible en plan Björk con esto del bosque que no habrá quien pille... ¡Pero no! ¡Volvió a su cauce! Me gustó mucho que utilizara los símbolos "de siempre", que respetara los significados que a lo largo de la historia de la representación han tenido los elementos simbólicos que utiliza.

Seamos francas: somos algo incontrolable. Ni siquiera nosotras mismas nos podemos controlar (nuestro cuerpo, etc). Esto ya se ha dicho muchas veces, pero es meter el dedo en la llaga poner en escena a un personaje femenino que tira por la borda su tesis (cultura, es decir, su faceta "masculina", lo que la hace "digna" ante su marido) y su hijo (a sí misma como mujer-madre) en aras de su propia satisfacción: la tesis la tira por la borda cuando se va al bosque con su hijo unos días y se libera en pleno campo ("la tesis dejó de ser importante") y al hijo lo tira por la borda cuando está follando con el marido y ve que su hijo está a punto de tirarse por la ventana y lo ignora. Al perder ambas cosas, se libera de lo que la ata a la cordura, es decir, al contrato social, y se entrega a su propio deseo... Hubo un día, años ha, en que me quedó muy claro que las mujeres somos deseo –nadie nos lo enseña, nadie nos dice cómo gestionarlo, a nadie le interesa que lo sepamos ni que aprendamos a controlar ese deseo que somos–, pero es lo que somos y sólo podemos funcionar en sociedad a la altura de los hombres si sabemos controlar y dirigir ese deseo a nuestro antojo. Somos como olas del mar, como mareas, ahora venimos y ahora nos vamos en ciclos de alteración hormonal que no podemos controlar... Y ella se vuelve loca porque se entrega a lo que es, porque descubre lo que es y porque lo odia: es una furcia, una zorra, una perversa, una egoísta, una sucia, una traidora, una guarra, una asesina y una bruja. Es emoción incontrolada.

Hay ya muchas pelis que retratan el horror de ser hombre, el ansia de poder, de tener, la ambición de ser alguien en entornos en los que siempre hay un código, siempre hay una serie de normas, siempre hay una jerarquía; esto es a lo que tienden los hombres. Pero hay muy pocas pelis que retraten el horror de entregarse a la anarquía moral y emocional, a la locura, que es lo que seduce a las mujeres... aunque no se diga.