Nos enfrentamos a varias dicotomías. La primera, que sobrevolará constantemente el taller, es la de
forma vs. contenido. A estas alturas ¿todavía tiene sentido? La segunda es la de
denuncia vs. entretenimiento, la cual puede dar mucho de sí. Y una tercera, relacionada con la segunda, es la de
alta cultura vs. cultura popular (o cultura de masas).
Lo delicado de las dicotomías es que invitan a pensar que la respuesta puede que esté solo en una de las dos partes. O eres de derechas, o eres de izquierdas. O apruebas el discurso oficial sobre el cambio climático o eres un
negacionista.
La posmodernidad, con idea de que todo es relativo, de que todo depende de cómo se mire, mató a la modernidad. Y yo creo que la posmodernidad acaba en el momento en que se vislumbra que, a través del pensamiento complejo, del paseo por los múltiples puntos de vista, se puede llegar al enunciado. Por eso creo que el reto es usar las dicotomías no para clasificarse o posicionarse, sino para construir una tercera vía (mira que es vieja la idea).
Las dos obras
culturales del pasado siglo XX que más me han fascinado son un disco y una película. Ambas tienen en común que, aparte de haber visto la luz el mismo año (1968), viven en la complejidad total. Y no me refiero a la complejidad de si se entienden o no, sino al hecho de que navegan en la ambigüedad de las dicotomías que he citado al inicio de este post. Por un lado el disco
"The Beatles" (más conocido como el "White Album") lo grabaron lo que era por entonces la banda más popular del planeta, una banda llena de hits, con un volumen de fans y negocio que podríamos comparar con unos
Take That o la Rosa de "Operación Triunfo". Los
Beatles aprovecharon su primera etapa de música eminentemente
comercial y
festiva para, posteriormente, inventarse lo que sería la música pop/rock de los próximos cincuenta años. Exploraron nuevos campos, se rediseñaron a sí mismos y, a pesar de todo, esos discos de su segunda etapa (de los cuales opino que el "White Album" es el mejor ejemplo) con muchos momentos
vanguardistas se vendieron como churros. Un caso similar, aunque de resultados a corto plazo diferentes, fue el de
"2001: A Space Odyssey" de
Stanley Kubrick. En su momento fue la producción más cara de la industria cinematográfica y su director una apuesta clara de Hollywood para ganar pasta. Pese a que suene a topicazo de recién llegado, "2001" ha sido un film inspirador para mucha gente, en mi caso porque me enseñó que el cine podía convertirse en una obra artística que va más allá del teatro o la novela. En muchos casos se ha hablado de la emancipación de las disciplinas: al principio los fotógrafos fotografiaban cuadros, los cineastas filmaban obras de teatro, la televisión emitía tertulias radiofónicas... Y "2001" emancipó al cine, y a lo grande. La recepción de la peli por parte del público fue muy tibia (al igual que pasaría con "Blade Runner" unos años después). Pero el tiempo la ha colocado en su sitio. Y por supuesto sigue generando nuevos adeptos y dinero, mucho dinero...
"Regreso al futuro" era el lema del décimo aniversario del
ZEMOS98 ¿no? Pues regresemos a lo que fue en su momento una obra pensada para el gran público, pensada para ganar dinero, que se comprometió con unos hechos reales que conmocionaron a la Francia de principios del XIX:
"La balsa de la Medusa" del pintor
Théodore Géricault.